
El Bulldog Inglés es un perro paciente, dócil y tranquilo, pero en ningún caso servil, orgulloso o rastrero. Forma parte del grupo de perros a los que se atribuye cierto sentido del humor. Además, sabe estar tranquilo, no es nada ruidoso, ladra poco y siempre con razón, y con los demás perros se muestra tolerante a condición de que no lo agredan. Es un perro que se hace querer por su temperamento seguro, entre bonachón y atento, tanto como por su sorprendente físico (algunos le encuentran la belleza de los feos).
En fin, el Bulldog Inglés tiene un carácter agradable y, aunque sólo fuera por eso, ya se merece todo el respeto. Se le ha denigrado mucho, casi siempre sin razón, también porque no deja indiferente a nadie.
Los orígenes del Bulldog Inglés se remontan, como todos los molosos, al Mastín tibetano, que se expandió por el mundo gracias a los navegantes fenicios. En la Gran Bretaña actual, el Mastín tibetano cruzado con perros locales dio origen a un perro que se podría comparar con un Mastín de hoy y que se utilizó para luchar contra los romanos cuando, en el año 55 a.de C., intentaron invadir por primera vez las islas británicas.
El valor, la potencia física y la resistencia al dolor manifestados por estos perros impresionaron tanto a los romanos que se llevaron algunos de ellos a Roma para que combatiesen en la arena contra osos y leones. Incluso, años más tarde, se les lanzó contra los cristianos.
Con la caída del Imperio de los césares, los combates de perros se expandieron por toda Europa. Los canes destinados a este fin eran incitados desde cachorros a morder todo lo que pasaba por delante de ellos; la selección se operaba haciendo reproducirse únicamente a los ejemplares más gordos, más valientes y más agresivos; así se consiguió una verdadera 'máquina de guerra de cuatro patas'.